viernes, 22 de octubre de 2010

"Los venezo­lanos están muy bien acostumbrados a exaltar la virtud de la mediocridad y a desdeñar y reprochar el feo vicio del genio"

SOBRE LAS BASES DE UNA NUEVA GENERACIÓN

por Andrés Mariño Palacio


Andrés Mariño Palacio. Ilustración de Orlando Oliveros


SOBRE LAS BASES DE UNA NUEVA GENERACIÓN 


"Como en la batalla el vencedor lo es siempre a costa de haber dado muerte a sus enemigos, en arte el triunfo es cruel, y al conseguirlo una obra aniquila automáticamente legiones de obras que antes gozaban de  estimación". 


Ortega y Gasset


I


En Venezuela, se entiende por generación un grupo formado por dos o tres escritores de talento y obra realizada, a quienes siguen cinco o diez más que no poseen ni obra esquematizada ni talento alguno a que apelar para realizarla, pero que tienen magníficas cualidades de comerciantes y nobles condiciones de buenos burócratas. De allí, que cuando usted lee uno de esos pintorescos y divertidos baedeker o guías telefónicas que escriben nuestros críticos, se topa con la notable, aunque ya presentida sorpresa de que la mayoría de los señores que allí figuran son excelentes padres de familia, tenaces defensores del vino y la ginebra, pero desconocedores en absoluto de los elementales principios del arte literario y decididos a permanecer hasta el fin de sus días ocupando sitio honorable y bien ganado en la respectiva antología y en el estudio respectivo que se haya escrito sobre el género que cultivan. Confieso, que este primer enunciado me atemoriza un poco para escribir acerca de lo que yo catalogo y considero como una nueva generación, — con identidad de ideales, afán de cultura y aspiración estética —, pero que no desea verse representada por los tres escritores de talento y obra realizada, sino que todos dicen tener talento y todos están tratando de escribir una obra por su propia cuenta. (El amor al comercio y el cariño por la dulce burocracia aún se mantiene y se manten­drá en pie en todas las generaciones que broten en nuestra tierra. . .).

¿Cuáles son los signos y señales y anuncios específicos que evidencian la aparición de nuevos escritores poe­tas y artistas? Hay muchos anuncios, señales y signos, pero los principales —  parodiando a Plutarco, según cita Ortega en Las Edades del Hombre —, son aquellas que hacen exclamar en respectivo orden a las tres es­calas de la vida literaria en esta forma: 

Los viejos escritores: "Nosotros hemos sido los más grandes literatos de Venezuela". 

Los jóvenes escritores: "Nosotros somos los literatos más grandes de Venezuela". 

Los muchachos que quieren ser escritores: "Nosotros seremos los escritores más grandes y más "geniales" de Venezuela".

En total cada uno de estos bandos forma mutuas y ade­cuadas líneas de ataque y defensa. Cuando están frente a frente dedícanse deliciosas sonrisas y primorosos abrazos de amistad y camaradería, pero cuando se dan las espaldas enarbolan al unísono esa ultramoderna hacha de sílex que es el arte de la maledicencia, y los jóvenes les dicen cretinos a los viejos y los viejos les dicen cretinos a los jóvenes.

Desde este punto de vista no sé cómo juzgar la cues­tión. Hay jóvenes que parecen viejos verdes de las letras y escriben como hotentotes, y, a su vez, existen viejos verdes de las letras que parecen hotentotes y escriben como jóvenes. De todos modos —  y para no caer en largas explicaciones que nos conducirían al "existencialismo en dosis inofensivas" y Kierkegaard en "robe de chambre"—, opinaremos que los venezo­lanos están muy bien acostumbrados a exaltar la virtud de la mediocridad y a desdeñar y reprochar el feo vicio del genio.

De allí que nuestras históricas generaciones sean tan semejantes y parecidas como dos calvos pelados al rape.



II


Una de las principales características de la nueva ge­neración es su decidido afán por llegar a la meta del éxito lo más pronto que les sea posible. En esto, se diferencian absolutamente de otras generaciones nues­tras — muy despreocupadas en cuanto a dejar una obra sólida —, pero que desde un comienzo tenían asegura­da la inmortalidad por haber ennegrecido dos o tres cuartillas. El dato más cierto sobre lo lamentable de nuestra producción en cuanto toca al trabajo y labor de los escritores venezolanos lo hallamos dando un revisorio vistazo al pasado de las letras nacionales. El crítico menos agudo, más benévolo y ausente de intuición, puede fácilmente enjuiciar y oponer serios reparos a la obra que dejaron la mayoría de nuestras glorias nacionales. Ya que — como escribiera una vez Ortega con respecto a España y por ende a todo el universo —: "un escritor no empieza a ser "gloria nacional" hasta que no repiten que lo es las gentes incapaces de apreciar y juzgar su obra".

Consecuentemente, si los que hoy son jóvenes implantan un Sistema de Medidas Literarias mediante el cual el valor de cada literato se mida en relación a su obra y no a los baratos y empalagosos elogios recibidos, serán muchos y quizás demasiados, los estereotipados nombres que saldrán por la puerta de atrás de nuestras antologías y procesos literarios. Aquello que decíamos al comienzo de este ensayo con respecto al concepto de generación en nuestro país, es algo muy cierto y evidentemente resaltante. Los pocos escritores de talento y obra que se dan entre nosotros, necesitan para sub­sistir del aliento que les participen cuatro, cinco o diez seudoescritores, de esos que confeccionan sus sonetos alineando versos de canciones populares, y que a la larga escribirán ensayos, estudios, notas críticas, pano­ramas literarios, y legarán al futuro. — como inverosí­miles juglares de una inédita gesta— las hazañas y glo­rias de los héroes que acompañaron. Así, — en esta forma grotesca y descarnada, sobre papel de bodega —, es como se ha escrito en muchas ocasiones la viva historia de las letras y del arte nacional.

Si en el presente — disciplinada y armoniosamente —, una legión de escritores jóvenes, casi todos estudiantes universitarios o periodistas militantes, se dedican a hacer del escribir una honorable profesión y un culto decente, no vemos la razón que impulse a ciertos biliosos de prosa hepática a hablar de pedantería, petulancia y exhibicionismo en quienes han sabido trabajar con disciplina y entusiasmo y fervorosa dedicación en una atmósfera que es tan inculta y árida como la de las prehistóricas cavernas de la edad de piedra. ¿Será pedan­tería y exhibicionismo que Ramón González Paredes se interese en desentrañar en largos ensayos el aporte estético de notables autores universales? ¿Será impertinencia y petulancia que Pedro Díaz Seijas, con exacto y responsable sentido crítico, escriba una introducción al estudio del ensayo venezolano donde rechaza a todos esos haraganes y reaccionarios diletantes que aspiran a encontrar su nombre en todos los trabajos de crítica? ¿Puede llamarse inconsecuencia que Ernesto Mayz Vallenilla — aunque lo haga con prosa ahumada y algebraica—, se entregue a los estudios filosóficos y existenciales? ¿Y es un delito, un crimen, una blasfe­mia, un escándalo, un horror que todos nosotros aspiremos a implantar una conciencia estética en el arte nacional? ¿Qué pidamos y reclamemos una crítica exigente y no esa innoble labor de perdonavidas que vienen haciendo algunos torpes escritores de notas bibliográficas y secciones de crítica? ¿Que tratemos de eliminar para siempre en nuestra novela y en nuestro cuento el ya amarillo y desvencijado cuadro criollista que algunos se empecinan en alentar? Y, finalmente, ¿será pecado, vicio, impertinencia o petulancia nuestro unánime afán por erradicar de nuestra atmósfera literaria todo lo que sea cursi, todo lo que sea mediocre, todo lo que indique y evidencie humana estupidez?


III


Es natural y lógico, que ante posiciones tan radicales y profilácticas, no se sientan muy bien aquellos  escri­tores y poetas elegantes que ven en la literatura un entretenimiento social, o un cómodo, divertido y peripatético sucedáneo del ocio. Sabemos que ellos, y su camarilla de incondicionales, mirarán con no disimulado aspaviento todo lo que escriban, digan y hagan los jóvenes escritores en pro de un adecentamiento de nuestra vida literaria. A sus ojos, debe resultar absurda e inverosímil nuestra actitud, puesto que ellos no piensan en el arte con respeto y altura, sino como si se refirieran al rummy y al Continental que juegan en  sus  tés y  vespertinas  poéticas.

Mientras que ese otro grupillo que sitúa su medio­cridad en las peñas literarias — o Ligas para la Supresión del Talento —, tampoco deben de estar muy de acuerdo con nuestros juicios, opiniones y escritos.

Y quizás sea mejor así porque coincidir con alguien o  con  alguienes  debe  ser  la  más  horrible  calamidad que le pueda ocurrir a una joven generación en Ve­nezuela.


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Ensayos. Andrés Mariño Palacio. Selección hecha por Rafael Pineda. Biblioteca Popular Venezolana. Nº 110. Editorial Arte, Caracas, Venezuela. 3 de diciembre de 1967.





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