miércoles, 15 de abril de 2015

Las venas abiertas de un tambor de hojalata:

Grass y Galeano al oído



Ilustración: Carlos YUSTI


Estimados Amigos

El miércoles es el dia usual de los estrenos en este espacio digital; pero el inicio del viaje de estos dos escritores a los Puertos Grises hizo que cambiáramos la rutina usual de este blog:

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Grass y Galeano al oído


En literatura los universos paralelos se tocan. Han muerto dos escritores distintos en cuanto a su literatura, pero bastante similares en lo referente al compromiso de la escritura; de esa escritura al servicios de quienes son demolidos y humillados por esa maquinaria implacable de la historia.

Leí bastante joven Las venas abiertas de América Latina y aunque era un ensayo de ajuste de cuenta contra el imperialismo estaba también narrado que el libro se dejaba leer como una novela fragmentada. El libro era un compendio mágico y extraordinario de la historia de Latinoamérica siempre saqueada y vejada desde tiempo inmemoriales. El libro estaba lejos de ser un panfleto y con el devenir de los años se convirtió en un clásico con mucho veneno histórica y la mejor literatura. Escribió otros muy buenos libros marcado con esa impronta política de inteligencia, poesía y crítica en las que en ocasiones se asoma el periodista y el buceador de historias, pero de esas historias tachada de la memoria y de los libros de historia. Cualquier libro de Eduardo Galeano (Montevideo, Uruguay, 3 de septiembre de 1940 - ib., 13 de abril de 2015) posee el estilo de inigualable literatura.


Galeano como pudo se aferró a un concejo de Juan Rulfo: “La brevedad la aprendió de Juan Rulfo, que le dijo: "Se escribe por la otra punta del lápiz, la que tiene la goma de borrar". Y sus libros son como un collage de historias breves, de apuntes escritos en volandas con la precisión y exactitud de esa metáfora oculta en la cotidianidad. De todas sus historias y anécdotas hay una que el propio Galeano narra en una entrevista: “A finales de septiembre, en Perú, una maga me leyó la suerte. La maga me anunció: "Dentro de un mes recibirás una distinción". Yo me reí. Me reí por la palabra distinción, que tiene no sé qué de cómica, y porque me vino a la cabeza un viejo amigo del barrio, que era muy bruto pero certero, y que solía decir, sentenciando, levantando el dedito: "A la corta o a la larga, los escritores se hamburguesan".

Ilustración: Carlos YUSTI

Si Eduardo Galeano buscaba la síntesis Günter Grass (Ciudad libre de Dánzig, 16 de octubre de 1927-Lübeck, 13 de abril de 2015) era todo lo contrario. Grass era un polígrafo y sus novelas son extensas como en el caso de novelas como: El tambor de hojalata,  El rodaballo o Años de perro. Sus libros tomaban algo de los cuentos de hadas tradicionales, pero luego el retorcía y amasaba todo aquello con una verborrea galopante y fluida para hurgar sin miramientos en las heridas; para volver sobre esa historia que Alemania sólo desea archivar en el desván del olvido. Grass como fue un escritor que a su vez fue testigo de los entuertos políticos de su época y en por ese razón fue el secretario, en el sentido balzaciano, de un tiempo histórico polifónico bastante tentador para un escritor con incontinencia literaria. Grass al igual que Galiano quería disipar la niebla del olvido, quería echar sal de la mejor literatura sobre las heridas, buscaba destronar las mentiras en todos sus frentes e incluso ventiló sus trapos sucios sin el menor recato. Grass siempre tuvo en cuenta que a veces los autores son menores, e incluso en cuanto a calidad, a sus libros o como él mismo lo escribió: “Los libros son más complejos y sin duda más ricos, cuando no más listos, que el autor, que sin duda ha participado en su nacimiento con perseverancia y a menudo gimiendo como un sometido a servidumbres físicas, y que no obstante recuerda que el manuscrito, especialmente cuando parece logrado, se cuenta a sí mismo y conoce impulsos más fuertes que la ambición del autor, motor que sólo sirve para tramos cortos. Por eso no diré nada muy profundo acerca de mis novelas, relatos o incluso poemas, pero sí quiero desnudar por un instante el yo del autor y su vulnerabilidad, esbozar sus movimientos evasivos, pero también decir algunas cosas sobre las condiciones de la escritura: por ejemplo, sobre un atril que va cambiando de lugar, y ello porque durante más de veinte años he visto Dinamarca, o más exactamente la isla de Mon, como un lugar maravillosamente hospitalario en cuya apartada ubicación se ha instalado, al principio improvisado sobre cajas, pero ahora ya de forma bastante estable, uno de mis tres atriles. Está en una habitación más bien diminuta, con vistas a una amplia pradera que da paso a las dunas de la playa, pradera sobre la que, aparte de un rebaño de terneras que rumian la hierba y el tiempo, grandes y pequeñas poblaciones de gansos salvajes ensayan su migración otoñal en incansables maniobras de despegue y aterrizaje”.



En la escritura de Grass y Galeano la historia se fue imponiendo a regañadientes. Grass parece que siempre estuvo huyéndole, pero siempre la historia  volvía como una pesadilla o como Grass escribe: “Desde que la escritura se convirtió para mí en proceso consciente -entretanto han pasado ya cincuenta años-, la Historia, sobre todo la alemana, se me ha interpuesto. No había forma de esquivarla. Hasta las escapadas artísticas más audaces volvían a llevarme, una y otra vez, a su transcurso meándrico. Desde mi primera novela, El tambor de hojalata, hasta el último hijo de mi capricho, que lleva el posesivo título de Mi siglo, yo he sido su rebelde servidor”.  



La literatura tiene su ritmo y creo en esa profecía de Grass: “En definitiva, la novela de todos nosotros debe continuar. E incluso aunque un día no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya, cuando no se disponga ya de libros como medios de supervivencia, habrá narradores que nos hablarán al oído,…” Narradores como Grass y Galeano que nos hablaron a ese oído indispensable de la memoria.

Carlos Yusti

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Lea un relato del libro MUJERES de Eduardo Galeano a publicarse en España:




Sherezade





Por vengarse de una, que lo había traicionado, el rey degollaba a todas.



En el crepúsculo se sacaba y al amanecer enviudaba.



Una tras otra, las vírgenes perdían la virginidad y la cabeza.



Sherezade fue la única que sobrevivió a la primera noche, y después siguió cambiado un cuento por cada nuevo día de vida.



Esas historias, por ella escuchadas, leídas o imaginadas, la salvaban de la decapitación. Las decía en voz baja, en la penumbra del dormitorio, sin más luz que la luna. Diciéndolas sentía placer, y lo daba, pero tenía mucho cuidado. A veces, en pleno relato, sentía que el rey le estaba estudiando el pescuezo.



Si el rey se aburría, estaba perdida.



Del miedo a morir nació la maestría de narrar.

Eduardo Galeano


FUENTE: Diario EL PAÍS, España.

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Tomado de Arte Literal



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Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaiones  El correo del Caroní en Guayana y  el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte literal.


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