lunes, 17 de octubre de 2016

La única hora de Alberto Hernández.

Entre la locura, la incertidumbre, la construcción y deconstrucción de la realidad.




Estimados Amigos

Hoy tenemos el gusto de hacerles llegar el acercamiento concienzudo que la escritora margariteña Magaly Salazar Sanabria hace a la más reciente novela del escritor aragueño Alberto Hernández, dandonos algunas claves que quizá puedan ayudarnos en el periplo lector que no espera.

Deseamos disfruten de la entrada.

Atentamente 


La gerencia

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Magaly Salazar Sanabria.

Buda, es sólo un pretexto para contarnos, a través de él, el despertar hacia una realidad que es la del autor del libro La única hora. Esto ocurre después que los personajes de la obra: Buda con todas sus mutaciones, Ignacio Fuentes, derrotado por la artritis, la vejez y el miedo, Ingrid Paredes, la loca y mujer de Ignacio, pero la única hora que le queda a éste, ambos estudiantes de una Universidad de Londres,  Alonso Eluard y el autor  (AH), superan el deseo, la aversión, la confusión, la incertidumbre, la locura, el sueño y la realidad, la construcción y deconstrucción de sus vidas en la obra.  Son dos historias que se entrecruzan. La de Ignacio, Ingrid y Alonso y la que traza el autor, dialéctica de la representación que tiene el privilegio de sacar a los personajes de la escena cuando le estorban. Todos enredados en la privación del juicio de Ingrid, que según el autor, “es una terapia espiritual para espantar malos recuerdos”, esos que vienen de la violación que sufrió en la infancia y de su propio ADN. También, los epígrafes y citas de varios escritores intervienen en la vida de la obra. Este texto se debate entre la conciencia y la máscara, el presente y el pasado, la ficción y la realidad, el desdoblamiento y la ausencia y se mueve en una dimensión estética y ética.






La figura de Buda, que en principio es una imagen de cerámica, fragmentada en pedazos por una caída,  transita por varias facetas: se ahoga de aburrimiento, es el sueño, es soledad sentado bajo el árbol de la sabiduría, se hace el loco, sueña, está despierto, respira, le da de comer a una paloma, ora en silencio, lo martirizan los zancudos,  lagrimea por el humo, se ahoga en medio del humo, duerme lejos del incendio, tose, escupe, Ingrid habla con Buda y le pide que la deje tranquila. Buda es, a la vez un crucigrama que no coincide con Cristo, es el silencio inicial. Buda vuelve desde los recuerdos de la infancia. Buda está despierto. Buda cuestiona a Sai Baba. Hasta el director de cine español, Buñuel, trata de cortar la córnea de Buda. Buda trasciende el deseo (lobha), la  aversión (dosha)  la confusión (moha) y despierta a la verdad (dharma). Ese es el Buddha de la India. En la obra, Buda es una máscara.






Así, la historia va de una estancia a otra. El narrador habla desde  un presente que es pasado. Para lograr este recurso narrativo aparece una postal carcomida por el tiempo que representa la vejez de Ignacio, quien relee mil veces lo escrito en el dorso. La historia se cuenta desde varios espacios: Caracas, Londres, Salamanca, París. La narración comienza en Londres a partir de esa postal. Ignacio ha dejado Venezuela para estudiar con una beca en una Universidad de Londres. (En Caracas, su casa fue allanada muchas veces. Entretanto, los idiotas del régimen hablan de justicia.) También, Ingrid, su mujer,  estudia en la misma Institución. La obra está llena de recuerdos y de conflictos que transfieren el drama de los personajes del presente al pasado, constantemente. La soledad de Ignacio se viste de artritis, vejez, tristeza, nostalgia por su única hora: Ingrid Paredes, su loca. La narración nos deja la impresión de ser un diálogo inconcluso y valga el recuerdo de Maurice Blanchot, porque el hilo narrativo se ve interrumpido por el albedrío del autor cuando, de un zarpazo, elimina a los personajes. En  La hora Única no hay héroes, diría mejor, sólo fracaso.



Guillermo Cabrera Infante en su casa de Londres

En este tránsito aparecen personajes literarios: Simone Marueil, Albert Duverger, Guillermo Cabrera Infante, Erasmo de Rotherdam y su Elogio de la locura como “El camino para recuperar la inocencia y la verdadera apariencia de las cosas”. Dante Alighieri, Oscar Wilde, y la visita de Ingrid a su tumba, Willianm Faulkner con El sonido y la furia y su legado del vacío, Ambrose Bierce y su El diccionario del diablo y la locura que coincide de alguna manera con la esquizofrenia de Ingrid, Enrique Vila-Matas, con su Viaje vertical, donde el tiempo  se emparenta con el de los personajes de la Unica hora, Marguerite Duras y su obra El amante, porque Ingrid también “cruza las calles por encima de la historia”, Adriano González León se remite a la vejez: “Saberse viejo no es fácil. Sobre todo, porque nunca quiere saberse”. Además, Juan Sánchez Peláez, Francisco Massiani, el que escribe (AH) y otros. Cada autor deja su pensamiento en la obra como una razón de ser. Ignacio declama poemas de Mario Quintana, poeta brasileño: “Canción del desencuentro en la ventana”. Mientras tanto, Ingrid recita del poeta griego Cavafis: “Ventanas”, cuya temática se aproxima a las ventanas por donde se asoma la locura de ella con los senos al aire, despeinada, descalza, con los ojos desorbitados. También, Andrés Bello y Pérez Bonalde salen a relucir en Londres. Siva hace lo propio. Por otras razones, muy distintas, Juan Vicente Gómez y Hitler se recuerdan cuando se observa la Torre de Londres, el lugar de antiguos cautiverios.






De esta manera, la cantidad de referencias literarias  interviene la narración y la sentimos como la conciencia que, ante la privación del juicio y nostalgia de los personajes, la razón acude para fijar el  carácter y espacio de ellos.

Muy significativo resulta señalar que después del viaje a Salamanca, Ingrid pierde el sentido de la realidad, se vuelve loca. Pero hay algo de enfermizo en el pasado de los personajes principales. Así, cuando las evocaciones viajan a Caracas, constatamos que el padre de Ignacio fue un suicida, episodio que ocurrió hace 15 años. Y entre la amalgama de reminiscencias,  se habla también sin nombrarlo, de la enfermedad (el cáncer) y entierro de Chávez, el maquillaje a que es sometido el cadáver, que compite con el maquillaje que se le da a la realidad en Venezuela. Se refieren al abuso de las cadenas radiales y otros malestares, en fin, se critica la estupidez política venezolana.

También, Ingrid  desarrolla una locura verbal llamada xenoglosis diagnosticada por el Doctor Albert Pescoe. Es un legado genético. Consiste en hablar en idiomas desconocidos. A la vez, Alonso Eluard, el otro personaje, aclara que es primo de Ingrid y que los padres de ella padecían la gefirofobia, que es el miedo a cruzar puertas y la erentofobia que es el miedo a ruborizarse. Todo este entramado de situaciones aloja el sentimiento de que el escritor es un tramposo y un farsante. Por ejemplo, en París desaparece Alonso como personaje, ante el asombro de Ignacio e Ingrid. Según el mismo Alonso, él sobraba en la ficción. Así lo hace ver en una carta que envía a Ignacio. Dice que ha pasado a mejor vida  como personaje porque así lo ha querido el autor de la obra. Le dice a Ignacio que ambos son un reflejo de la vida, el diseño de un tipo que si va a morir. Ellos son la ausencia. Ignacio también desaparece y la loca Ingrid le pide al autor que la borre de su libro. Pero ella vuelve a la realidad. Se mira en el espejo.



Paul Auster

En el Capítulo Ortopédico 2, hay un encuentro entre el escritor e Ignacio. La historia mira hacia la infancia de Ingrid. Al otro lado del espejo Ignacio observa su rostro avejentado por el tiempo. Vive rodeado por los restos de la locura de Ingrid. Es como un personaje de El país de las últimas cosas de Paul Auster: o vive extraviado o desaparece. Ingrid parece suicidarse pero realmente muere a los 50 años, sin embargo, no se agota. Al final, la niña Ingrid, toca la puerta en la casa del bosque y allí sueña que Ignacio ha muerto. No obstante, Ignacio toca también, una puerta, la del autor. Y éste le dice que no habla con personajes. Estas situaciones confirman que La Única hora es un conflicto planteado sobre otro conflicto que no sólo es el de Ingrid e Ignacio sino el creado por el propio autor, AH.

Además, es importante señalar que en muchas estancias en las que está dividida la obra, el espejo entra en el juego narrativo con la fuerza de su simbología: personajes que se extravían en su reflejo, se encuentran a sí mismos, no vuelven en sí o sueñan. Ignacio, Ingrid, Rafa el violador, hombres elegantemente vestidos se dan cita en el espejo.  Aunque el autor trate de instalar una ausencia, la locura de Ingrid, siempre regresa, siempre las voces rebotan en las paredes. Miles de páginas en blanco hacen silencio.

Al final de la historia, Ignacio, comido por la artritis, se aferra a la vieja postal, a la única hora. Entretanto, el Támesis corre hacia la mar que es el morir.



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Magaly Salazar Sanabria

Escritora venezolana (La Asunción, Nueva Esparta). Licenciada en letras egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Realizó la maestría en literatura hispanoamericana en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Upel) y estudios de doctorado en la Universidad de Barcelona (España). Ejerció como docente en la UCV, en la Universidad Simón Bolívar (USB) y en la Upel. Fue secretaria general de la Asociación de Escritores de Venezuela, Zona Metropolitana de Caracas (1989-1992). Representó a Venezuela como directora del Capítulo de Caracas del III Encuentro de las Academias Iberoamericanas de Poesía (Georgetown University, Washington, EUA, 1997). En University of West Indies de Barbados dictó el curso Cultura Latinoamericana, auspiciado por la Cancillería Venezolana (1998). Se desempeñó como secretaria de Actas del Círculo de Escritores de Venezuela por dos períodos (1995-2000). En Nueva Esparta dirigió la Casa de la Cultura “Monseñor Nicolás E. Navarro” de La Asunción (2000-2003). Actualmente es vicepresidenta del Consejo Consultivo del Círculo de Escritores de Venezuela. Ha recibido las condecoraciones “Orden al Mérito en el Trabajo”, Primera Clase, y “Orden Andrés Bello”, Corbata. Recibió el Premio Regional “Casto Vargas León” (poesía; Nueva Esparta, 2001) y diploma de honor en el Concurso Lincoln-Martí, (Miami, 2006). Ha publicado No apto para los ritos de la sacralización, Ardentía, La Casa del Vigía (mención de honor en el Concurso Fondene, 1992), Bajío de sal, Levar fuegos y sietes y Cuerpo de resistencias, así como, en coautoría, Lo visible, lo decible, Quaterni Deni. Textos suyos han aparecido en revistas y periódicos de Venezuela y el exterior. Su obra ha sido reseñada en varias antologías de poesía.

Tomada de Letralia

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Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua. 

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Recientemente ha publicado «Poética del desatino» y «El sollozo absurdo».


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