viernes, 5 de mayo de 2017

Venezuela Arde y Baltasar baila.

Sobre Daniel Pardo, Venezuela y la BBC




Estimados Amigos

Compartimos con ustedes la nota de despedida que publicó el corresponsal de BBC en Venezuela en agosto del año 2016 y los dos acercamientos que hacen colaboradores habituales del blog Vivina Salvetti y Javier Domínguez en este 2017. Esta entrada por diversos motivos no salió cuando estuvo planificada y aparece ahora cuando nuestro país sufre un delicada situación donde el estado no muestra la más mínima intención de ayudar a pacificar el país. La entradilla más lejana a los sucesos actuales es la de Vivina Salvetti y la más cerca la de Javier Domínguez lo que influye en el tono de cada texto.  Son dos posturas de dos venezolanaos ante la visión del antiguo corresponsal.


Seguramente Daniel Pardo hoy 5 de mayo de 2017 editaría esta nota. 

Lean la nota y saquen sus conclusiones porque en este momento no podemos invitarles a que disfruten de la entrada.


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Queridos Liponautas: 


Con mucho placer acepté de inmediato la invitación para escribir unas pocas palabras sobre esta nota escrita por un corresponsal de la BBC.

No puedo menos que coincidir con él sobre las particularidades de ese “no sé qué” del espíritu venezolano que se impone para enfrentar las calamidades y manipulaciones que algunas minorías conservadoras y autoritarias de larga data parecen disfrutar de imponer sobre mayorías silenciadas. Por fortuna, no han conseguido amargar al venezolano medio.



La nota describe a las mil maravillas las razones que visitantes como este corresponsal, o el mismo García Márquez han tenido para llevarse en el corazón como un tesoro el enorme bagaje que representa la suma de detalles cotidianos cuando nos recuerdan que la vida merece ser vivida.

La ocasión se presta para recordar la frase que mi querido viejo repetía vez tras vez “Qué buena gente es el venezolano”. Nací en la isla de Margarita en el seno de una familia argentina, y las palabras de mi padre y el modo en que el entorno condicionó un modo de ver la vida hasta ahora, ha resultado el mejor sustrato para alimentar el orgullo por mis raíces.



 Solo resta invitarlos a disfrutar de una de las mejores crónicas que he leído hasta ahora.

Vivina Salvetti

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Aunque nos hagamos los locos


Hace unas semanas me reuní con una amiga, acordamos hora y día para el encuentro en su edificio como de costumbre. Cuando llegué al edificio no funcionaba el ascensor, el aparato no se recuperó del último apagón y ella llegó unos minutos después de lo acordado porque estaba haciendo alguna cola de esas que se han hecho comunes en Venezuela. Resolvimos continuar con el encuentro en otro sitio. Así que nos reunimos en la mesa de una panadería cercana y llevamos a cabo la conversación tomando café. 




Nada del otro mundo, nada extraordinario, algo fácil de manejar para nosotros tan acostumbrados a la improvisación, al fin y al cabo, el objetivo final era reunirse y conversar, no cambiaríamos los planes por una máquina que no funcionaba, faltaba más. Esa habilidad es la misma que nos ha permitido rendir el paquete de harina de maíz haciendo las arepas más delgadas, o a sustituir las carnes por granos, o a tomar el café más “clarito” y en menos ocasiones o a prescindir por completo de él. Ese impulso natural de “arroparnos hasta donde alcance la cobija” de adaptarse al entorno es lo que ha conducido a las especies a sobrevivir. 




Una vez frente al café y la conversación, saltó en algún momento el tema de los arquetipos y recuerdo que Dionisio fue uno de los destacados. Comentamos que los venezolanos nos acostumbramos al derroche y al despilfarro, a la celebración, aprendimos a compartir con licor, comida y excesos de por medio. Hace casi cien años que a Arturo Uslar Pietri le preocupó esa conducta y lo expresó en uno de sus célebres artículos de prensa llamado “El festín de Baltasar”, inspirado en el episodio bíblico del libro de Daniel. En él Uslar expresaba su preocupación por esa costumbre nuestra a consumir todos los manjares de la fiesta sin pensar por un segundo en el futuro (en este caso, su enfoque es hacia el uso de la riqueza petrolera), como en todo bonche en algún momento se acabará el vino y la comida; ¿con qué se llenará ese hueco?




Ese es uno de los hábitos espero sean superados por esta crisis, algo que sin duda no extrañaré, así como algunas otras costumbres como las que nombra Daniel Pardo en el artículo que sigue.




Lo que podemos rescatar de ese bonche es el espíritu festivo, la aparente ligereza con la que afrontamos los desafíos: “Dios proveerá”, “Dale que no viene carro”, “Tranquilo, que va en bajada”, “Pa´lante es pa´llá”. Esa alegría con la que enfrentamos las adversidades y parece que no las tomamos en serio, aunque estemos haciendo la cola desde la madrugada, aunque cedamos al especulador de turno (por el cual nos escandalizamos ahora, pero no hace treinta años cuando vendía ropa, música o películas piratas en una acera), pero en el fondo sí conocemos el tamaño del reto. Aunque nos hagamos los locos, entendemos que nos enfrentamos a la hidra monstruosa, pero no nos dejamos abatir antes del combate, vamos a la arena sonriendo, lanzado caramelos como una reina de carnaval, como si ya hubiésemos ganado. No es ligereza, es la alegría del que sabe (o cree) que la victoria le espera, sin importar cuántas cabezas le salgan a la hidra.



Esa aparente alegría no la entendió Pardo y quizás sea lo que extrañe de Venezuela en sus nuevos destinos. O tal vez percibió que la usamos como un armario para esconder nuestros esqueletos.

Javier Domínguez



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A veces no me queda claro si Venezuela es un lugar feliz o infeliz. Porque parece ambas cosas.

Más allá de las penurias que sufre el país, y por muy pesimista que esté, el venezolano anda por la vida regalando gestos fraternales.



La gente más alegre del mundo puede encontrarse en una cola kilométrica en el supermercado o en un hospital quebrado y sin insumos.

Y ese no-sé-qué que puede transformar desgracias en un festín de risas es lo que más voy a extrañar de Venezuela.

Temo que pronto vaya a suscribir lo que decía Gabriel García Márquez, quien en su "Memoria feliz de Caracas" (1982) escribió que "una de las hermosas frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad infernal".




En Venezuela, donde estuve tres años como corresponsal de BBC Mundo, encontré el reto más grande de mi vida.

En este tiempo la crisis pasó de grave a alarmante, la calidad de vida cayó en forma estrepitosa y la inflación se disparó.

Entre otros ejemplos, el litro de jugo de naranja subió 4.600%, los cigarrillos aumentaron 3.900%, y legalizar documentos en consulados un 12.000%.


Vi tres cadáveres, viví 11 apagones y la policía me detuvo dos veces.

Me salieron tres canas y me dio alopecia en dos oportunidades.

Pero el recuerdo que me llevo es más feliz que infeliz.




Porque en la esencia del venezolano, en ese limbo entre felicidad e infelicidad, encontré enseñanzas para el resto de mi vida, aquellas en la raíz de instituciones como "poco a poco se llega lejos", "esto es lo que hay" y "al mal tiempo, buena cara".


Lo que no voy a extrañar

Hay, por supuesto, algunas cosas que no extrañaré.

Por ejemplo, que la ineficiencia del sistema te obligue a buscar atajos para sacar una cédula, comprar jabón o tener agua las 24 horas.




No echaré de menos la desidia, la parsimonia, la indolencia con que me atendieron o hablaron o insultaron burócratas, meseros y policías.

Intentaré no recordar las horas que pasé buscando la versión del chavismo sobre algunas noticias.

No extrañaré los ataques desde el oficialismo o la oposición por ciertos reportajes que publiqué.

Y haré lo posible para superar la rabia que sentí esta mañana, como tantas otras, cuando la tarjeta del banco no sirvió, se bloqueó y luego me quedé sin dinero porque había sacado ya los 160 billetes (solo US$16) que me puede dar el cajero en un día (en cuatro transacciones).

Echaré de menos...



Lo que sí quedará en mis recuerdos serán los atardeceres brumosos bajo el olor del sofrito que preparaba mi vecina al son de las guacamayas.


Recordaré el aguacate "mantequilludo" que me vendía una "doña" con un celular en una teta y una calculadora en la otra.




Echaré de menos el verde de los árboles y arbustos, de las palmas y hierbas que en Caracas conviven en paz con el bullicio de las motos, el esmog y las trampas.

Cada vez que sienta nostalgia de Venezuela buscaré sentir el sabor de las nutelas que un caraqueño sonriente, soñador y trabajador llamado Christian me traía de la costa de la Guaira por dos módicas lochas (dinero).

Tienen razón los expertos: acá está el mejor cacao del mundo.




Y me transportaré a las playas del Caribe cada vez que huela y beba uno de los exquisitos rones venezolanos (también, dicen, los mejores el mundo), que en medio del caos noticioso fueron aire fresco para este corresponsal asmático.


Memoria feliz de Venezuela

Cuando hable de la Venezuela que viví tendré que mencionar escasez, inflación, delincuencia, gente jodida en un sinfín de maneras.

Pero haré el esfuerzo de ir más allá de esta coyuntura, lejos de los cínicos, corruptos y malandros.




Me llevo, más bien, la sonrisa del recogedor de basura, el coqueteo de la funcionaria pública: ese calor humano caribeño que tanto extrañan los miles de venezolanos que se han ido del país recientemente.


Es como si en Venezuela la movilidad social estuviera en la cultura; como si el clasismo fuera cuestión de las minorías: acá el chofer es el confidente del jefe y la empleada del servicio, un pilar en las familias de clase media.

No hay sueldo ni vestimenta ni buenos modales que estén por encima de un saludo, de una broma que democratice las relaciones: que ponga a un mototaxista en el mismo rango de un ministro; que archive, rápidamente, el trato de "usted"; que inspire, en cuestión de segundos, decirle "mi amor", "mi cielo" o "papito" a un desconocido.

Venezuela vive en un raro estado de paciencia, de tolerancia. La impuntualidad es permitida.

Algunos venezolanos dicen que ese estado de constante regocijo, de no tomarse nada en serio, es lo que "tiene a este país jodido".




Pero para mí es una enseñanza de que no hay preocupación que arregle los problemas.

Ser feliz es gratis, aprendí de los venezolanos. Por mucho que la arepa esté muy cara.



Fuente:

http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37211182

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Vivina Perla Salvetti, es Licenciada en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos Aires, con interés en Neurociencias y Ciencias de la Complejidad. Realiza presentaciones regulares en ámbitos académicos y cuenta con publicaciones en revistas sobre temas referidos a su especialidad.

Nació en PorlamarIsla de Margarita. Aunque vive en Argentina desde hace años, siempre recuerda su Venezuela natal, y el suave y cálido arrullo del mar venezolano rodeado de palmeras.



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Javier Domínguez, Valencia, Venezuela. Narrador. Ha participado en diversos talleres literarios. Entre sus obras publicadas tiene el libro de cuentos El camino de los hilos, además de haber colaborado en varias antologías nacionales e internacionales, en la revista Tlön, en las publicaciones del Celarg y en los medios digitales Letralia.com y panfletonegro.com. Participó en la III Semana de la narrativa urbana en Caracas, Venezuela. Actualmente trabaja en su primera novela y una nueva colección de cuentos.



El camino de los hilos puede leerse o descargarse pulsando aquí  

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