domingo, 24 de septiembre de 2017

El Laberinto de los Fantástico: El Prólogo. Por Teresa P. Mira de Echeverría





Todos los años desde hace cinco años, la llegada del verano es para mí una época de tensión, tengo que decidir a quién le pido que me haga el favor de escribir el prólogo del libro de Ficción Científica, y por supuesto que él o ella, acepte.

Se lo he pedido a grandes amigos entre los escritores de ciencia ficción que tengo en España, pero esta vez quería hacer algo diferente, quería pedírselo a alguien de fuera del país, y además no iba a ser buscar a gente de fuera de España, ya tenía en la cabeza quien iba a ser:  Teresa P. Mira de Echeverría.

Le había publicada una novela por entregas y había publicada muchos cuentos suyos, pero ya estaba publicando en España con dos editoriales y no sabía si podría decirme que sí, eso contando con que estuviera interesada. En fin, que un día le escribí por facebook, un poco asustado y para mi sorpresa dijo que estaba encantada con la idea.


Os cuento esto para que veáis como me como el coco con la selección de la persona que va a escribir el prologo, luego nadie me ha dicho que no, pero es que yo soy muy de tomármelo todo a la tremenda.

José Antonio Cordobés Montes

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 PRÓLOGO 

Teresa P. Mira de Echeverría 

Cada lector de Ciencia Ficción y Fantasía sabe, de una manera certera o nebulosa, qué es la Ciencia Ficción y la Fantasía. Y aunque este tópico constituya un tema de debate interminable entre críticos, investigadores, miembros del fandom y escritores; el lector está seguro, muy dentro de él (con una certeza probablemente no expresable en palabras), qué es lo que entiende, desea, imagina y ansía respecto de estos géneros. Y lo sabe porque cada lector es también un autor, ya sea que escriba o no. Es aquí donde se hace necesario decir que, quien escribe, está muy seguro de lo que escribe (aunque la inseguridad sea su rasgo dominante). Lo que abstrusamente intento decir aquí es: quien escribe de verdad (quien de verdad posee la vocación de escribir), escribe sobre lo que desearía leer, sobre el género que ama, sobre lo que él mismo "disfruta". Así, el lector-escritor posee también esta característica: lee lo que desearía "escribir" (ya sea en un papel/pantalla o en su mente o en un juego o, simplemente, en su disfrute personal interior). 

Y, por escribir, entiendo aquí un acto de creación. 

Leer es, pues, un acto de co-escritura. Cada uno de los lectores de esta antología estarán co-escribiendo todos y cada uno de los relatos aquí presentes. No sólo se sumergirán en ellos y se dejarán arrastrar por sus aguas, sino que las reencauzarán, esto es: los reescribirán. Sus propias experiencias, sus gustos, sus ideas, lo que suele llamarse eruditamente su "bagaje cultural" (que no es más el cúmulo de vivencias que una persona ha tenido) teñirán estas páginas con tonos ligeramente diferentes de los colores originales soñados por el escritor. Y eso hace de esta antología, miles antologías. Tantas como lectores. 

Ahora le toca el turno de hablar del otro componente del acto de "crear": el autor; quien en realidad sabe muy bien lo quiere (incluso, a veces, sin saberlo), y por eso lo ha escrito. Y cuando el escritor se ha esforzado y ha dejado su talento y su imaginación en su obra, el resultado es una puerta. 

Pues bien, sumemos todos los elementos: un escritor que sabe porque ama lo que quiere, un lector que co-escribe lo que lee, una puerta que resulta una en su objetividad y potencialmente infinitas en la subjetividad de sus interpretaciones. 

Puertas a tiempos remotos y a tiempos abortados. Puertas a mundos distópicos y a distopías actuales. Puertas a la mente de quien escribe y a la de quien lee. Puertas y más puertas creando un universo de libertad absoluta, sin restricciones, sin límites, sin fin... Por eso todos sabemos y no-sabemos qué es la Ciencia Ficción y la Fantasía: porque no puede ser definido lo que no tiene límites. 

Los conceptos limitan, acorralan, cercenan y dominan una materia de pensamiento. Y lo hacen para que la mente pueda soñar, ilusamente, que conoce en plenitud lo que ese concepto expone (concepto que, claro está, la misma mente ha creado). Porque cuando el ser humano tiene un concepto tiene certidumbre, tranquilidad, definición, estabilidad y se puede sentar a tomar un café tranquilo ya que el piso se halla firme y quieto bajo sus pies. 

¡Sí, claro! 

Pero, ¿qué pasa cuando aquello que queremos conceptualizar no reconoce los límites que intentamos imponerle? ¿Cuando un simple nombre o definición no pueden conjurar sus misterios? ¿Cuándo ningún nomenclador agota su esencia? ¿Cuando, en definitiva, lo que queremos capturar está vivo, crece, cambia y hasta muta constantemente? Bueno, lo que estamos acostumbrados a ver: debates sin fin, ideas que son más intuiciones que certezas, y el piso bajo nuestros pies vibrando como si estuviésemos en una nave espacial a punto de despegar... o como si estuviéramos tomando un café sobre la superficie de un planeta que corre frenético a más de diez mil kilómetros por hora alrededor de su sol... 

Bien, no pienso que sea prioritario definir aquí qué es la Ciencia Ficción o la Fantasía, pero sí creo firmemente que es un excelente ejercicio el intentar definirlas, puesto que cada vez que lo hacemos nos permitimos ver una instantánea de cuánto han cambiado el género, sus escritores y lectores a lo largo del tiempo y del anterior intento de definición. Dicho ejercicio de definición no se daría entonces para "definirlas", encorsetarlas y ponerlas en una vitrina sino para seguir abriendo un debate que, mientras tanto, permita reconocer lo que ya ha sucedido y ampliar más y más sus horizontes. En una palabra, volver más permeables entre sí los "ilimitados límites" de la Ciencia Ficción y la Fantasía y, por lo tanto, más proclives a engendrar nuevas variantes de sí mismas. 

Para todo esto es prioritario es escribir y leer (o co-escribir), una y otra vez cada término e idea pertenecientes a estos géneros. Mantenerlos vivos. Narrar, narrar y narrar hasta el hartazgo; tal como se hizo en la época de las cavernas y tal como seguramente se hará nueve millonésimas de segundo antes del fin del universo. Contar los mismos viejos temas de un modo nuevo... los temas nuevos de un modo arcaico... los temas que nunca se superarán... los temas que nos acucian para ser tratados de una buena vez... y los temas que, simplemente, nos gustan. Porque, nada en el mundo de la literatura, ni siquiera lo más humilde, es "prescindible".  

En esta antología, pues, cada lector verá confirmada sus ideas de lo que son la Ciencia Ficción y la Fantasía, y también las verá contradichas, rearmadas y desafiadas. Y les aseguro que eso los hará muy felices. Porque, seamos sinceros, en el fondo todo lector de estos géneros quiere encontrarse con los tópicos familiares y reconfortantes que nos siguen haciendo soñar una y otra vez, pero también desea experimentar el asombro de lo que jamás nos hubiésemos imaginado ni en nuestras fantasías más alocadas. 

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Ahora bien, ¿cómo lograr ejecutar ese verbo, ese acto creador, sin un sustrato que lo permita? ¿Sin un puente mediante el cual la narración pueda llegar desde el escritor al lector? 

Y aquí es donde entra en juego Ficción Científica. Desde hace varios años José Antonio Cordobés Montes nos ha dado la oportunidad a muchos de nosotros de darnos a conocer, de llegar hasta los lectores y de poder interactuar con ellos. Y eso es, desde todo punto de vista, invaluable. 

En esta oportunidad, como editor, nos presenta treinta y tres cuentos que muestran todos los lenguajes posibles de la Ciencia Ficción y la Fantasía a través de una asombrosa colección de relatos. 

Con esta antología el lector podrá escribir una carta junto a José Cascales Vázquez, una misiva intemporal que bien podría ser el resumen de toda nuestra especie, nuestros miedos y nuestros anhelos. Se apiadará del color blanco y aprenderá sobre sus posibilidades, cuando Malena Salazar Maciá y Yoss se unan para romper por completo las barreras del espacio y las costumbres. Revisitará un Marte tan nuevo como antiguo, de la mano de Carmen Rosa Signes U., descubriendo en el ínterin que los enemigos intangibles son los más temibles y que el arte puede protegernos mucho más que una coraza de hierro. Eugenio Barragán conducirá al asombrado lector por los eones pasados y futuros, donde lo más sublime y el azar se dan la mano en una excepcional mueca cínica. Y dejará dócilmente que Israel Alonso lo hipnotice con pinceladas surrealistas capaces de pintar, con sangre coagulada, un desierto donde el microcosmos y el macrocosmos se funden en un torbellino que intenta fútilmente (o no) darle sentido a la muerte y, por ende, a la vida... 

¿Ya está comprendiendo el lector-escritor el lujo de autores que componen esta antología? ¿Ya sufrió, vapuleado por arenas rojas, doradas y negras? ¿Ya lo encegueció el blanco? ¿Ya lloró el tiempo aún no perdido y meditó sobre esas lágrimas? Entonces es necesario que vuelva a tomar aire y a sumergirse en este laberinto que, como todo laberinto, está creado con el sólo propósito de que se pierda en él. 

Mareado por la tromba universal que lo ha vaciado de sí, y aún sin reponerse, el lector choca de frente con un relato sorpresivo y crudo de Joan Antoni Fernández. La ternura y la crueldad retratando los límites éticos y físicos del ser humano en un día de las madres perfectamente imperfecto. Luis Alonso Cruz recoge la posta y entonces el lector divisa un palimpsesto mental de símbolos sagrados y profanos que deberá descifrar si es que quiere unirse a unas huestes muy particulares (un poco a lo P. K. Dick y un poco a lo W. Gibson). No conformes con esto, la ciencia ficción televisiva se cuela en una historia de Star Trek donde Tony Jim Jr. hace que el lector lo ayude a coescribir un loco guion fuera del tiempo. Entonces, Ángel Ortega le da un volantazo abrupto al derrotero mental del lector, haciendo que contemple el fin junto al principio: lo incomprensible para los adultos contemplado desde los ojos de un niño. Y es ahí, justo cuando está más vulnerable, que Alicia Pérez Gil obliga a quien lee y co-escribe esta antología, a preguntarse por la continuidad de la realidad, por la existencia misma de esta, tal como un nuevo Berkeley que intuyese que la rutina (o el olvido de la sospecha) es la parte más importante de nuestra cordura; invitando al lector a sentarse muy quieto en un mundo pavoroso que nos obstinamos en ignorar, en no ver, para no perder de vista lo único que nos sostiene... 

¿El lector observa ya el trabajo que le conlleva escribir junto al escritor relatos tan bien entretejidos? Relatos que lo colocarán ante un espejo de agua viva que no lo dejará en paz hasta que tome una postura o, al menos, hasta que acepte la posibilidad de la duda, de la inseguridad de nuestra aparente tierra firme (ya sea que su suelo esté compuesto por leyes, costumbres, ideas o supuestas realidades innegables). ¿Ya puede imaginar el lector la vulnerabilidad de su mente ante un espejo que acentúa ciertos detalles hasta convertirlos en un retrato de lo que hasta hace unos segundos no podía ver por darlo por sentado? Pero, ¿también ha sentido el goce profundo de ese descubrimiento, de ese ensanche de su universo, de ese horizonte que se fuga frente a sus ojos? ¡Claro que sí! Y por eso continúa en su derrotero. 

Ahora, curtido por las alegrías, penas y desconciertos que ha dejado atrás (pero que, paradójicamente, lleva dentro de sí para siempre), nuestro lector se aventura en un paisaje más gris que todos los grises gracias a la pluma de Dolo Espinosa, quien le tiende un preciosísimo enlace con las fuentes últimas del sentido y de la creación; fuentes que el propio lector ya no podrá ignorar que él mismo posee. Armado de ese conocimiento, y seguro ya de su poder, el lector se deja que Pedro de Andrés lo conduzca por entre los escombros de un hombre, hacia la trastienda misma de los juegos o quizás de la vida, en un ciclo de sucesiones que se parece mucho a un reloading. Y entonces, tras la adrenalina, el lector/co-escritor se sienta un segundo y escucha con deleite el diálogo entre Alejandro Castroguer y su imaginación encarnada en un Ray Bradbury que es su Ray Bradbury, y le

resulta fácil reconocerse en ese ejercicio: porque es el mismo que él está realizando con el propio escritor... Cuando el lector por fin logra romper aquel regressus ad inifinitum, descubre un nuevo prodigio: Guillermo Echeverría le plantea un incidente aparentemente menor que termina desatando un cambio a escala cósmica. Podría ser que se hallase aquí ante la metáfora de la visión del hombre como creadora del universo (de su propia visión). Pero también podría tratarse de algo más profundo, de la superación de los obstáculos como medio de una evolución mucho más grande que la del propio universo. El lector, desconcertado, mira la superficie y el fondo de las cosas al mismo tiempo... ¿desconcertado?... no, no, más bien emocionado. Dicha emoción le proporciona un fácil acceso a otra mirada de un autor sobre sí mismo en tanto escritor (sobre todo escritor), a partir de un Henry Miller ganimedano, rejuvenecido eternamente por gracias del hechizo de Richard Montenegro. Y entonces, el co-escritor al que hemos dado en llamar "lector", comprende que ha estado reflexionando sobre la reflexión, sobre sí mismo, sobre el escritor escribiendo y sobre la propia escritura de la obra, de la vida e, incluso, de las cuerdas que tejen, como letras multidimensionales, al universo... 

¡Ah, lector aguerrido, que has llegado tan lejos sólo para hallarte en medio del camino! Y es que, luego de enroscarse sobre sí mismo y asomarse a sus propias profundidades (que son los abismos de todo escritor, de todo lector y de toda realidad que se precie de serlo y no-serlo al mismo tiempo); el lector se detiene, como un Dante en medio del bosque, justo ante la entrada a los abismos que, tarde o temprano, lo llevarán a las alturas. Porque al fin se encuentra "en la mitad del camino" que es, a una, el centro minotáurico del laberinto y el comienzo de su propio camino heroico. 

¿Acaso se encuentra ante un espejismo? ¿Se ha duplicado la realidad o es que ha entrado en un universo alterno? El lector descubre rápidamente que este Dolo Espinosa que vuelve a recibirlo en la antología, como si se tratase de una escalera de Escher, es el mismo Dolo Espinosa que antes lo llevara a descubrir cómo quitar el gris de un mundo que se desvanece... pero que, al mismo tiempo, no lo es. Porque cada cuento de un autor encarna una faceta distinta de él, una arista nueva, una nueva revelación. Así, el lector asiente a la invitación y deja que este escritor (que es el mismo y no lo es: algo que ya sabe que es perfectamente posible) le muestre a sus personajes en su vida más íntima. Es decir, le revele que todo personaje tiene, más allá de la imaginación de quien lo creó al escribirlo y de quién lo revive al leerlo, una vida propia inasible, misteriosa y fascinante. Aun meditando sobre la fragilidad y la complejidad de los personajes, nuestro lector casi se da de bruces con Reinaldo Manso quien lo ha esperado pacientemente. Hasta él ha llegado el lector para encontrarse con una historia alternativa, una historia llena de giros, como los engranajes de una antigua máquina jamás construida. Como si fuera poco, Erick J. Mota repite el proceso desde el otro extremo: estruja la memoria, la historia y la geografía humanas, hasta extraerles la última gota posible de tinta, y con ella escribe esa misma memoria, historia y geografía desde fascinantes universos alternos, vacíos, terribles, llenos e inquietantes, que se interceptan entre sí dentro de la mente del personaje y de la del propio lector. Ahora, se sucede una nueva torcedura imposible del propio espacio antológico, y otra-la-misma Malena Salazar Maciá aparece-reaparece. El lector avanza confiado, cree saber de qué se trata esto, pero pronto se topa con un espejo y un terror oculto, un miedo tan ancestral como la esperanza que lo alimenta. Tercer pliegue de la antología sobre sí misma y tercera cara de Dolo Espinosa. Bien, nuestro lector ya no se fía: sabe que aquí nada es lo que parece, que nada se repite, que ninguna superficie es un espejo aunque lo parezca. Aquí también debe haber algo nuevo, algo distinto. Y, por cierto, no se equivoca. Porque, luego de haber bebido con nuestro autor las más profundas narraciones en bellísimas copas de cristal, ahora se encuentra sentado a la misma mesa, riéndose a carcajadas, y compartiendo con él unas alegres medidas de un clásico remozado... 

El lector se ha cruzado con autores que son y no son ellos, merced a que cada una de sus obras los transfigura. Historias muy distintas. E intuye que él mismo ha estado delineando en su mente el retrato de cada escritor a medida que repasaba este cuento y aquel otro, tal como quien admira los diferentes perfiles de un modelo. Ha llegado al momento en que comprende que él mismo presenta asimismo esos distintos perfiles, y que sus propios escorzos se han ido multiplicado a medida que avanzaba en la antología. Se mira a sí mismo y ya no se ve uno, ni dos, sino múltiple, infinito. Y así salta hacia el próximo escalón, en este derrotero narrativo que lo-los lleva más allá de todo lo que creía conocer. 

Yoss... ¡sí, sí, sí, que esto es pan comido para el lector, y ambos se dan la mano! Los dos, los tres, los múltiples Yoss, y los dos, los tres, los múltiples lectores que son el mismo. Y ambos, todos, avanzan por una Tierra que, de pronto, ya no es el hogar del hombre. Y el lector descubre que aquello no era tan pan comido como creía... Luego de semejante viaje, nuestro co-escritor es introducido en un fragmento de una saga mayor por Juan González Mesa. El relato lo lleva, de pregunta en pregunta, directo hacia el punto nulo que ni una mente humana ni una robótica podrían llegar cruzar para luego volver. A esta altura, el lector ha conocido el destierro y lo irracional, así que se frota las manos ante lo que se le acerca... ¡Qué sí, que son viejos amigos sin conocerse! ¡Como ya lo es con todos los autores que ha leído en esta antología y que, sabe bien, leerá en lo que resta de camino! Así que da la bienvenida a Erick J. Mota como si fuera la primera vez porque... pues, ¡porque siempre lo es! Y Erick le responde con una maravillosa historia en la que los poderes ancestrales, las deidades depositadas en América por los esclavos, se unen a la tecnología ciberpunk para poseer a un hombre y hacer de él un mito vivo. Y ahí está de nuevo Dolo Espinosa y el lector lo sigue con tranquilidad sabiendo que lo conducirá por otra variante de lo sobrenatural, una donde la sangre manda por sobre todo las demás y la sed debe ser escuchada. Y era obvio que este atajo del camino volvería sobre sí mismo, al mismo punto de partida que no es exactamente el mismo, tal como sucede en una escalera caracol. Allí es donde Alicia Pérez Gil aprovecha magistralmente para no dejar que el lector se aleje del mundo alter-natural sin conocer a sus pececillos de plata, hechos para y por esa porción del mundo de la literatura que es capaz de temblar ella misma mientras hace estremecer por enésima vez al lector con sus historias... 

Luego de tal acercamiento a lo incomprensible y de un perfecto maridaje capaz de unir la Ciencia Ficción con la Fantasía, el lector se ha hecho amigo de aquellos a quienes ha leído más de una vez en distintos cuentos, o más de una vez en el mismo único y exacto cuento amado. Ya tiene sus preferidos, pero no se decide. Todos son excelentes escritores y el lector lo sabe. Ha trabajado codo con codo junto a ellos, reescribiendo cada historia en su mente y en sus vísceras. Y ahora rebosa de entusiasmo, de una suerte de entheós frenético y báquico. Quiere, necesita de esas historias que aún lo aguardan más adelante. Y corre sin ningún reparo hacia ellas, como quien se arroja al vacío del espacio para hundirse en la aventura de imaginar. 

Y la imaginación lo recibe con una renovación, con una mixtura de los clásicos vistos en primera persona. José Manuel Da Silva hace poner al lector en el lugar de la bestia y de la víctima, y lo ayuda a reflexionar junto a la tela de una prosa bien construida. Luego de esto, y todavía temblando, el co-escritor se acerca a Luis Silva, quien le enseña no sólo sobre los trágicos terrores que ha creado la historia sino sobre otros miedos, mucho más funestos y sutiles, escondidos en el interior de los anhelos más bondadosos. Sin darle un respiro, Joan Antoni Fernández le tiende una mano para conducirlo por la más feroz de las competencias del Sistema Solar, una en la que sólo los dioses triunfan y jamás aquellos que ostentan el nombre de humano. Entonces el lector piensa en cómo estos relatos lo han llevado al límite de su propia humanidad, de lo que significa ser quien es. Pero, ¿quién es? ¿No es esa la pregunta fundamental de la Ciencia Ficción y la Fantasía? Reinaldo Manso no tarda en acudir en su ayuda: tal vez la mejor fórmula sea que quien no es humano nos enseñe a serlo. Tal vez la humanidad se comprenda mejor desde la vereda de enfrente de nuestro propio ser... Y, siguiendo esa tesitura, es como se teje el Yin y el Yang del siguiente relato, uno en el que una servidora (sí, con bastante pudor, Teresa P. Mira de Echeverría) intenta mostrar, a través de un robot aficionado a Rameau y de una humana enamoradísima de él, cómo es probable que nuestra naturaleza se explique en la conjunción de lo que somos y lo que no somos; como si fuésemos un ente que sólo logra ser plenamente él mismo cuando es más de lo que su esencia le dicta, o sea, cuando es capaz de superarse a sí mismo y engullir las estrellas... 

Ahora el lector, fortalecido con universos que se fusionan con la carne humana y el metal pensante, con bestias que no lo son y con humanos bestializados y bestializantes (y habiendo estado sumido en decisiones humanas que sólo le corresponderían a dioses); se siente lo suficientemente fuerte como para entrar en el último recodo del laberinto, aquel que puede llevarlo a todo sitio o a ninguno, al límite del universo o a su mismo inicio, o quizás... ¿por qué no?, al centro exacto de sí mismo... 

Malena Salazar Maciá recibe al lector con una sonrisa misteriosa. Imposible hablar de esas empanadas y ese café sin decir demasiado. Cuando por fin lo averigua, el lector sale corriendo (incluso emocionado hasta cierto punto), y colisiona con las esencias complejas y turbias que Luis Carbajales ha depositado allí para confusión de sus personajes y, posiblemente, de sus lectores. Sí, el fin del laberinto está acerca; el lector lo intuye, lo percibe. Y, de pronto, como en uno de esos bellísimos especiales whovian navideños donde la nueva reencarnación del Dr./Dra. se revela, Joan Antoni Fernández lo aguijonea por última vez para enseñarle que el costo de la perfección es quizás un cambio drástico realizado para que todo siga igual... Es posible que el lector dude, pero también es muy posible que este año ya no vea los regalos de Navidad del mismo modo que solía hacerlo... Ni al mundo que lo rodea.... Y eso, ese impactante golpe final, pone en escena la mismísima luz que la Ciencia Ficción y la Fantasía proyectan sobre la vida y el universo: un faro de posibilidades rompiendo la oscuridad del conformismo e impulsando, una y otra vez, el cambio. Siempre el cambio. 

Y es entonces que, tras el singular y poco ortodoxo regalo final, nuestro lector llega al colofón de ese camino esférico que le ha trazado una antología digna de Pascal, cuyo centro temático está en todas partes y cuya circunferencia formal en ninguna. Camino que, por supuesto, lo ha depositado en el principio de sus propios sueños... 

* * * 

Treinta y tres puertas (multiplicadas por la cantidad de lectores que los aborden y exponenciados por la cantidad de experiencias que los precedan) se abren ahora ante nosotros. Y vale la pena cruzarlas. 

Ser capaces de detenernos a contemplar, a desentrañar, a disfrutar todas y cada una de esas palabras sudorosas, que fueron soñadas y salieron del esfuerzo y las ilusiones de un ser humano con el que podremos entablar la más maravillosa de las conversaciones a través del espacio y del tiempo: la de leernos, de algún modo, mutuamente.

Teresa P. Mira de Echeverría 

Bs. As., Julio de 2017




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José Antonio Cordobés Montes


Economista y Administrador de la página web de ciencia ficción  ‘Ficción Científica’




Teresa P. Mira de Echeverría  (Argentina, 1971).

Doctora en Filosofía, trabaja como docente universitaria e investiga acerca de la relación entre ciencia ficción, filosofía y mitología.

Es una de los fundadores del taller literario “Los clanes de luna Dickeana”.

Sus cuentos han aparecido en las revistas Próxima, Axxón, NM y Opera galáctica entre otras publicaciones y en las siguientes antologíasTerra Nova (antología publicada en España y Argentina), Lectures d'Argentine —auteurs argentins du XXIe siècle—, Psychopomp II: Bunny Love, Tiempos Oscuros II —una visión del fantástico internacional—, Erídano, Suplemento Número 24 de Alfa Erida., Alucinadas y Antología Steampunk. Relatos del retrofuturo.

También ha publicado artículos y ensayos en diversos medios especializados como Signos Universitarios (Año I, 2 y Año IV, 6), El hilo de Ariadna, NM y Cuasar.









Actualizada el 12/12/2022




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