martes, 19 de diciembre de 2017

Juana de Ibarbouru: Para Ana Enriqueta Terán su verso es una misión



Un retrato de Ana Enriqueta terán en su juventud


Estimados Amigos 

Ayer 18 de diciembre de 20017 a las 9 y media de la mañana falleció a las 99 años la poetisa venezolana Ana Enriqueta Terán. Por esta razón le traemos como un modesto homenaje este texto que la poetisa uruguaya Juana de Ibarbouru le dedicó a la escritora venezolana Ana Enriqueta Teran y que salió publicado en el Número 72 de la Revista Nacional de Cultura correspondiente a los meses de Enero, Febrero del año 1949.



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Ana Enriqueta Terán

En la paz laxa de este verano arbóreo, sin cerúleas lineas de horizontes, la ola profunda de la vida me ha traído una maravilla pura: el alzado rumor vivo de un alama de mujer a quien le sirve como rica sortija exacta, aquella frase intensamente femenina de la dulce María  Bashkirtseff: Amo la soledad delante de mi espejo.

  Ana Enriqueta Terán, representación y síntesis lírica de la joven Venezuela Intelectual, la nueva Venezuela remozada y pujante en la voz de unos cuantos artistas ya con el signo sagrado de la permanencia, ha hecho que en su soledad vencida la entraña se le desborde en hondas voces de canto.

  Un eco de Santa Teresa, una raíz de la ardiente mujer del Ávila, están en su acento y sus raíces que se ahondan para nutrir con jugos temerarios, la flor de granado de su poesía.


  Esa furia lírica, ese augusto trance de creación que ella siente como una vestal poseída por el culto del dios; ese frenesí del verso; esa veracidad sin orillas en que se sumerge entera con total ausencia del mundo cotidiano, todo es preciosos y vivo material de sus obra. Por eso esta joven voz tiene tal esplendente emoción. Por eso posee tal acierto intuitivo, manejando el idioma como quien lo inventa para si en combinaciones de palabras e imágenes que encantan y aterran. !Sibila misteriosa¡

¡Ay qué anémonas hondas
Circundan su cintura florecida!
¡Ay, que tímidas rondas
En la entraña dan vida!
A zumos llenos que la noche olvida!

 Ciertos regustos de Góngora y su amado Garcilaso; cierta estructuración de clásica almendra; cierto andar de fuegos en la pulida superficie de la estalactita, dan en la poesía de Ana Enriqueta, no se que audaces matices, que deslumbrantes reflejos, que entonan la perfecta espiral de su temible armonía.
  
  Se ha hablado mucho de la femineidad en la poética americana. Pocas. quizás ninguna mujer aparte de nuestra Delmira, tiene como Ana Enriqueta ese mítico y ciego arrebato que da al desnudo de cuerpo y alama, tal divina pureza de antigua estatua. La soledad es su sino; un sino fecundo como el de la semilla aislada, palpitante entre óvulo vegetal; como el de la perla entre la valva hermética; como el del ser que aún no ha nacido y crece hacia su destino entre la sagrada y cálida oscuridad materna. Es sola y abstraída porque ha de ser grande. En la joven que sufre su poesía y la realiza entre llamas, ya parece advertirse una luz curvándose en torno de la frente. Tiene el ímpetu y el olvido de todo, que cercan a los que traen una misión.
  
  Para Ana Enriqueta, su verso es precisamente eso: una misión.

  Su voz se alza con el coraje y la gravedad de las revelaciones.

La poesía es su poderosa aventura.


Revista Nacional de Cultura Número 72. Número correspondiente a los meses de Enero, Febrero del año 1949.



Juana de Ibarbouru




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